Las masas de Allahabad
Antes de ayer fue el punto álgido del Ardh Kumbh, el baño sagrado que marca el ecuador entre un Kumbh Mela y el siguiente, doce años depués. El Kumbh Mela es la concentración religiosa más grande del planeta, se calcula que acudieron 70 millones de fieles en el 2001. A pesar de no ser "la fiesta grande", la celebración de Allahabad es de unas dimensiones inimaginables, solo en el día principal, marcado por la luna nueva, se calcula que se bañaron 1.8 millones de personas. Pero quien mejor habla de estos acontecimientos es Mircea Eliade en su libro "La India", donde narra como vivió un Kumgh Mela acompañando a un grupo de peregrinos.
"Cada doce años, India entera se estremece; los pueblos se agitan, los monasterios se vacían, de las cuevas del Himalaya descienden ermitaños desnudos sucios de cenizas, de la costa de Malabar, del cabo Comorín, del golfo de Bengala, de los montes Vindhya, del desierto del Thar convergen carros de toda clase, comitivas de monjes, grupos de indigentes, tropas de leprosos, séquitos de rajás, palanquines abarrotados de mujeres ocultas por cortinas blancas, trenes llenos de pasajeros, una muchedumbre extraordinaria ávida de santidad: los peregrinos de la Kumbh-Mela."
Al día siguiente me dirigí a comprar todos los periódicos que hubieran, el quiosquero me señaló que alguno de ellos eran en hindi, lo cual era más que evidente con su alfabeto devanagari, pero yo se los di a cobrar junto al resto. Ante su divertida pregunta de si entendía hindi le dije -Oh no!, solo por las fotos- y él, y otros que enseguida se acercaron curiosos, reían asintiendo.
Aquí, en Varanasi, también han sido unos días muy ajetreados, con mucha gente yendo y viniendo por las calles o por el río, en grandes barcas. No había más que bajar las escaleras de Dasaswamedh Ghat y ver la cantidad de mendigos alineados, desde muchos metros antes, formando una especie de barandilla humana que dividía el camino en dos, todos con sus platos de metal esperando al sol. Algunos muestran, lo más ostensiblemente que pueden, los estragos de la lepra, en forma de muñones en manos y pies. De vez en cuando cae alguna moneda, pero lo habitual es que los peregrinos repartan tan solo arroz, que van dejando caer de plato en plato casi sin pausa hasta que cogen un nuevo puñado de entre sus ropas.
En los últimos escalones todo el mundo se baña con el agua sagrada, la recogen, la elevan sobre sus cabezas y la vuelven a dejar lentamente mientras rezan. El barquero que me lleva río arriba bebe el mismo agua con reverencia, un agua calificada como de las más contaminadas del planeta, pero él me dice que Ganga es su madre, que ha bebido desde pequeño y nunca le ha hecho mal. Más adelante nos cruzamos con el cuerpo de un niño muy pequeño, casi un bebé, envuelto con una ligera tela blanca, a veces no hay dinero para quemar los cuerpos y sencillamente se dejan en el río para que se los lleve la corriente.
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