La Estación
Entrar en la Estación de Trenes de Howrah es como colarse en una superproducción hollywoodiense que se está esforzando todo lo posible por mostrar el drama de dimensiones bíblicas causado por el éxodo de una guerra o alguna terrible epidemia... bueno, exagero un poco, pero algo de ello hay. Son las 20.00 horas de un miércoles y parece que vayan a bombardear Kolkata y todos quieran salir de ella al mismo tiempo. Cientos de personas se mueven de un lado a otro buscando su tren, mirando los paneles informativos, procurando no perder ningún miembro de la familia en medio de la vorágine. Se han formado dos amplios cuadrados en la parte central de la estación donde permanecen tumbados, durmiendo o haciendo tiempo, infinidad de indios envueltos en sábanas, saris o mantas, componiendo un mosaico de mil colores y texturas por donde aparecen intermitentemente cabezas o pies.
Finalmente indican la llegada de mi tren en el panel luminoso y casi al mismo tiempo, en un extremo de la estación, parece desprenderse un iceberg de un continente helado y una masa de personas, como una sola, se mueven hacia el andén indicado, separándose del grupo que espera e indicándome el camino que seguramente debo seguir. El tren es larguísimo, la marea humana me arrastra mientras intento inútilmente identificar mi vagón, voy dando baldazos de un lado a otro aturdido. En realidad yo no tengo tanta prisa, soy un afortunado que puede permitirse viajar en primera en una cómoda litera numerada. No como la gran mayoría, que se mueve apresuradamente, arrastrando sus bultos, niños o abuelas, y se suman a apretadas filas para intentar coger un buen sitio para el largo viaje. En uno de los vagones se produce una aglomeración en la puerta y unos policías con largas cañas reparten palos a diestro y siniestro. Algunos se empujan o discuten, otros esperan su turno, con estoica indiferencia, como si la cosa no fuera con ellos.
Por muy largo que sea, finalmente se me acaba el tren y no he encontrado mi vagón, vuelvo a empezar, en sentido inverso y me detengo frente a uno que indica AC, la clase de mi billete, me acerco esperanzado a consultar la lista que pegan en la puerta de cada vagón y donde están indicados los nombres de los pasajeros y sus números de asiento, y al primer vistazo encuentro, como por arte de magia, mi nombre, entre muchos otros en hindi, no debí dudar de la eficiencia india! Y que buena suerte encontrarme a la primera. En esta puerta no hay ni colas ni palos de la policía. Subo, y al poco de ponerse el tren en marcha, arreglo mi litera para la noche, en la literas de enfrente hay un matrimonio indio mayor, ella muda su sari por un vaporoso salto de cama rosa. Varanasi me espera mañana por la mañana.
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