5.6.14

Los Primeros Días



Hace ya tres años me reuní con La tristura y me propusieron hacer un documental sobre la obra de teatro que tenían entre manos. Me atrajo la idea de mostrar el proceso creativo de una obra teatral y sobretodo el hecho de que fuesen a trabajar con cuatro niños de 9 años. Sabíamos que iba a ser un proceso largo, pero precisamente este era uno de sus principales atractivos. Dos años en nuestras vidas adultas es algo relativamente largo, pero en la vida de un niño pueden ser un mundo. ¿Cómo interiorizarían el proceso de creación y crecimiento que implica una obra de teatro de estas características? ¿de qué modo alimentarían ellos a la obra y de qué forma esta les cambiaría a ellos?

Comencé un acercamiento básicamente intuitivo,  sin saber muy bien hacia dónde me encaminaba. No tenía ningún guión, pero del diálogo con La tristura habían surgido unos mínimos planteamiento iniciales sobre los que empezar a trabajar. Evidentemente el retratar la obra en sí misma era algo que no nos interesaba especialmente a ninguno, más bien todo lo que giraba en torno al proceso y sus protagonistas se convertiría en el centro de interés. Así que comencé por familiarizarme con la obra y los actores, asistiendo y grabando los ensayos.


No es fácil trabajar con niños, pero resulta tremendamente enriquecedor cuando las cosas funcionan finalmente. Era divertido ver sus cambios anímicos y de actitud, como se debatían entre la distracción, el juego, el cansancio... y los momentos de concentración, seriedad, cuando se sentían responsables de algo importante que dependía de ellos. Ginebra, Candela, Siro y Gonzalo interpretan a los cuatro adultos protagonistas de una obra anterior de La tristura, 'Actos de juventud', estos cuatro adultos son precisamente los componentes de la compañía teatral, Violeta, Itsaso, Celso y Pablo. Así que trabajaban todos juntos día a día, cual avatares, componiendo nuevos personajes que entremezclan al niño y al adulto.

En la piel de los niños las frases y las acciones originales de los adultos se transformaban adquiriendo nuevos significados. En ocasiones se introducían cambios o ajustes a la nueva situación y otras veces las acciones directamente se eliminaban si no terminaban de funcionar... mientras nuevas ideas surgían en el proceso.

Tras varios meses de ensayos y filmaciones me di cuenta que el material obtenido como testigo externo era insuficiente, necesitaba trabajar con los niños unas tomas ex profeso para la película. Los había registrado relacionándose entre ellos, con los miembros de La tristura y pronto los tendría enfrentados al público en la sala, lo que ahora necesitaba era confrontarlos directamente a la cámara y, de alguna manera, a sí mismos.
 


Encontré la ocasión propicia el día que completaron con éxito el primer ensayo general con vistas a mostrar un primer montaje de la obra a una pequeña selección de amigos. Ese día me los llevé a parte y surgieron las primeras conversaciones. La intimidad y la pureza de esos momentos "confesionales", las reflexiones espontáneas de unos niños en pleno proceso de crecimiento, se revelaron claramente una parte vital del resultado final. ¿Cómo sería volver a hablar con ellos un año después, tras recorrer el proceso que habían iniciado?

Intenté grabarlos de nuevo en otras ocasiones... sin mucho éxito, no era fácil encontrar el momento o la atmósfera adecuada. La tristura propuso enfrentarlos a adultos relacionados de alguna forma con el mundo del teatro, hicimos varias grabaciones, pero finalmente solo incluimos una, en la que una inspirada Candela conversa con el crítico teatral Eduardo Pérez-Rasilla. 

Mientras tanto, iba editando el material y construyendo la película. El permanente diálogo con Celso, Violeta e Itaso de La tristura alimentaba este proceso y ponía en relieve los defectos y virtudes del trabajo. Probamos diferentes estructuras e ideas, pero nos dimos cuenta que, tras grabar ensayos, viajes, actuaciones y otros momentos, nos seguía faltando material. 
 


Grabamos entonces a los niños actuando para la cámara, recitando algunos de los textos de la obra, pero despojados del fondo teatral. Había funcionado con una de las primeras grabaciones que hicimos con Ginebra, y volvió a funcionar dos años después con Siro, Candela y Gonzalo. Había intensidad en esos rostros y esos textos. 

Ese mismo día registré también un diálogo entre los componentes de La tristura y los niños, pero finalmente fue descartado del montaje final. Había algo que no terminaba de funcionar, el ejercicio reflexivo de los adultos, o tal vez la situación en sí misma, relegaba a un segundo plano a unos niños un tanto apocados y retraídos. En cambio, el discurso de los adultos interiorizado y "hecho suyo" por los niños cuando estaban solos, se revelaba mucho más sugerente.





Pasé entonces a grabar a los niños solos de nuevo, emulando la situación del sofá que había utilizado hacía más de un año. Eché a todo el mundo de allí y me quedé a solas con los niños, me hubiese gustado desaparecer a mi también, pero eso no era posible... Los cuatro estaban alborotadísimos, habían salido del colegio, llevábamos un tiempo grabando y su capacidad de concentración decrecía por momentos. Sentí que se me escapaba la oportunidad de obtener lo mejor de ellos mismos, pero allá que nos lanzamos a intentarlo. Y poco a poco, el silencio de la sala, el recuerdo de los momentos pasados juntos, la posibilidad de relatar sus pensamientos, fueron creando la atmósfera especial que tanto deseaba. En un momento dado tuve incluso que poner un poco de orden y crear un turno de intervención porque todos querían contar cosas y se pisaban unos a otros. Según avanzábamos en la grabación, Ginebra, Candela, Siro y Gonzalo se daban cuenta de alguna manera de la importancia del momento y de su propia necesidad de explicarse. Poco a poco se les ve incorporándose en el sofá, apretándose entre ellos y acercándose a la cámara, ansiosos por contar... La película es lo que es gracias a ellos.



2.6.14

21 días entre volcanes


21 días entre volcanes, rodeado de mar, inundado de sol, ojos saturados del azul del océano, del negro de una tierra de fuego. Hace poco esto era un cataclismo volcánico con decenas de bocas escupiendo lava, fuego y un sinfín de maldiciones, luego todo se detuvo y la roca líquida se congeló y ahora podemos caminar sobre los restos crujientes del desastre. Parece que sucedió ayer, hay zonas donde nada se ha tocado y la tierra está rota, resquebrajada con cicatrices oscuras, cubierta de enormes rocas que parecen los restos de un helado en verano. He conocido todos los tonos de negro posibles, oscuros, brillantes, apagados… suelo negro, arena negra, montañas negras, rocas negras. Campos de magma negro salpicados de extraños líquenes verdes o blancuzcos que cubren miméticamente un imposible paisaje extraterrestre.

Cuando das la espalda al caos volcánico te encuentras mirando un azul que hiere, un mar infinito hirviente de espumas. El sonido del mar no tiene fin, por la noche, cuando no lo ves, lo sigues oyendo. El olor me satura, la sal blanquea mi piel y me enrojece los ojos, las casas en primera línea de playa se desmoronan carcomidas por el viento y el salitre. En la orilla, las gaviotas chillan peleando por restos de comida mientras, más adentro, mecidos por las olas, meditan los surfistas como pequeños budas acuáticos sobre sus tablas, observando atentamente la respiración del mar.