10.8.08

Verano y surf



El Jueves nos vamos a Santander, más concretamente a la playa de Somo, una "playa de dos kilómetros de longitud de arena fina dorada y fuerte oleaje" según cuentan... ¡Eso espero! estoy empezando a probar esto del surf (a pesar de que algunos amigos insinúan que ya no tenemos edad para estas cosas...) y las olas del Mediterráneo, más aún en verano, son más bien decepcionantes... Ya se que para empezar es mejor así, pero hay días que te pasas dos horas flotando y dejando pasar olas diminutas que no te arrastraráin ni con una tabla de 11 pies.

Pero bueno, la realidad es que soy un absoluto novato, así que una vez allí voy a coger un curso de iniciación para que no se me trague el mar a las primeras de cambio. Me voy con Nacho y Blanca, que ya son veteranos, este es el tercer año que van. En realidad son veteranos en ir, porque en hacer Surf... ¡ejem! Aunque claro, comparados conmigo, que casi ni logro subirme a la tabla...

En cualquier caso creo que la diversión está asegurada, no veo la hora de salir, ¡el Camping Latas nos espera!

7.8.08

Verano y bosque


De pequeño, cuando los veranos eran interminables y el mundo inabarcable, toda la familia nos veníamos a Biar a pasar una buena temporada. El único momento ligeramente desagradable que recuerdo de esas semanas era la hora de los "deberes para el verano", esas horas incomprensibles en las que debíamos dejar de lado todos los placeres que nos ofrecía el maravilloso y soleado día para revivir la lejana pesadilla del colegio.

Ahora, algo más creciditos, las visitas son más esporádicas, pero de una u otra forma no faltamos a nuestra cita veraniega. Los hermanos nos cruzamos en nuestras idas y venidas y, de vez en cuando conseguimos el más difícil todavía, coincidiendo todos al mismo tiempo. En cualquier caso, siempre están por aquí mi madre y mi tío, de modo que la casa siempre nos recibe acogedora. Y si a ello le sumamos el jardín, la piscina y la sombra de los pinos, unos días allí son perfectos para desconectar y recargar las energías.

Una de las cosas que más me gusta hacer es pasear por los bosques que rodean al pueblo. En pocos minutos te encuentras en las afueras y puedes encaminarte hacia el Pinar de Camús o la Sierra del Fraile. Bosques mediterráneos de pinos y encinas. Allí no se oye nada que no sean algunas chicharras, los pájaros, el viento o el ruido de tus pisadas. De hecho el ruido de las pisadas llega a ser ensordecedor, así que lo mejor es detenerse de vez en cuando para poder escuchar al bosque.

3.8.08

Verano y mar


La semana pasada me fui con el Hippy a dar una vuelta con su velero, una bonita embarcación de 6 metros que tiene amarrada en Canet. Salimos a la hora de comer con dirección al Puig, provistos de fruta, pan tostado con pipas, unas empanadillas y agua fresca. En unas tres horas de navegación llegamos a Hossegor, dónde soltamos el ancla y nos acercamos a la orilla nadando para tomarnos unas cervecitas con Salva. Pero no tardamos mucho en emprender el regreso, preveíamos volver en menos tiempo, visto el viento que hacía al acercarnos al Puig, pero al levar anclas el viento había variado de dirección y el avance era bastante más lento del previsto.

¡Soltar escotas! ¡cazar la mayor! ¡virar a barlovento! eran algunas de las órdenes del Capitán, que me dejó en varias ocasiones coger la caña y hacer algunos virajes a pesar de mi inexperiencia. Pero el sol iba cayendo inexorablemente y aún nos quedaba bastante por llegar. Estába anocheciéndonos cuando divisamos puerto, en ese momento el viento era muy flojo y el Hippy decidió arrancar el motor para acelerar los últimos metros... ¡en ese momento nos quedamos sin gasolina! Abrimos el depósito, estaba seco, sacamos el bidón de plástico de emergencia, ¡vacío! Yo, que ya estaba recogiendo velas, tuve que izar el génova de nuevo, pero ni con esas, casi rozando la bocana tuvimos que virar en redondo para no estrellarnos contra las rocas, desplegar la mayor y volver a intentar entrar a vela. Afortunadamente, aunque el viento era flojísimo, venía en la buena dirección y, gracias a la pericia del Capitán, pudimos entrar lentamente en puerto. De noche, en un silencio absoluto y como de puntillas, avanzamos palmo a palmo hasta llegar al amarre. Al poner pie en tierra nos abrazamos con alegría, era casi medianoche. Al irnos nos olvidamos el bidón de gasolina vacío en el velero.