14.8.06

Los tres valles



Hace ya bastantes años fui a Ordesa con unos amigos, entonces subimos a Monte Perdido y pasamos a Francia a través de la Brecha de Rolando. En esta ocasión elegí dirigirme hacia el este y visitar los valles de Añisclo y Pineta tras recorrer el de Ordesa.

La belleza de ese lugar es algo fuera de toda medida. Primero recorres los bosques de pinos, hayas y robles, entre los cuales se asoman intermitentemente las montañas, terriblemente majestuosas e imponentes, y uno se pregunta si es realmente cierto que se encamina hacia allí arriba. Según se va ascendiendo aparecen los pinos negros, mientras resisten algunos abetos, sauces y saúcos. Más arriba incluso estos desaparecen y las amplias praderas pirenaicas dan paso al Circo de Soaso. En este punto creí encogerme, hasta hacerme diminuto, frente a tal inmensidad, pero al mismo tiempo sientes que se te “ensancha el alma”, como diría Extremoduro.

La primera noche la pasé en Goriz, el clásico refugio desde donde iniciar distintas ascensiones y rutas por los alrededores. Aquello estaba de bote en bote, algo de esperar en agosto. Afortunadamente llevaba mi pequeña tienda de campaña y desafortunadamente, junto a la mía, la plantaron dos plastas de primera que estuvieron tragando cerveza y vino al tiempo que decían todo tipo de tonterías y disparates… La noche siguiente, en la zona de acampada de Pineta, vi a dos tipos que debían ser amiguetes de estos, se lanzaban un frisbee mientras oían música a todo trapo de un radiocasette… cuidadosamente me instalé en el extremo opuesto del camping.

Entre Pineta y Ordesa bajé y recorrí el último tramo del valle de Añisclo, entre cascadas y flores de Edelweis . Pero lo más duro fue sin lugar a duda el descenso a Pineta, aquello no se acababa nunca, más tarde oí comentarios jocosos de montañeros que afirmaban que lo mejor era arrojar la mochila montaña abajo, sacar el paracaídas y lanzarse hacia el valle. Al menos comprobé que no era solo cosa mía. Para hacernos una idea, la cosa era salvar un desnivel de 1200 metros en tan solo dos kilómetros, algo así como bajar trescientos pisos, o bajar tres veces el Empire State… dos días más tarde el problema fue subirlos…

Otro punto que recuerdo especialmente fue la senda que bordea cuidadosamente la Punta de las Olas. Veía acercarse la montaña y sabía que el camino pasaba de alguna manera por allí, para ir al otro lado y dirigirme de vuelta a Goriz, pero no sabía por dónde demonios iría ese camino, pues yo solo veía un macizo rocoso de impresión, con paredes casi verticales que parecían imposibles de recorrer. Esperaba que milagrosamente la senda encontrase un paso escondido que yo no acertaba a vislumbrar, pero de eso nada, se dirigía irremisiblemente hacia allí y según me acercaba la cosa se iba complicando. En algunos tramos había cadenas, ancladas a la roca, donde agarrarte para poder continuar, no era cuestión de dar un traspié y despeñarte por un barranco de 2800 metros de altura. En un momento dado tuve que calarme a fondo la gorra y mirar fijamente al suelo, pues el precipicio que se abría treinta centímetros a mi izquierda, que era hermosísimo, daba un vértigo que me hacía temblar las piernas y dar vueltas la cabeza.

En fin! ¿y que me he traído de esta pequeña travesía…? Pues algunas ampollas en los pies, una nariz chamuscada por el sol y un alma que ha crecido un par de centímetros.



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