Así se presentaba el Mercado Central esta mañana de Sábado, semidesierto y sereno, con muchas de sus paradas cerradas, algo inaudito en fin de semana. La frutera me decía que la habían parado en cuatro controles antes de conseguir llegar.
Mientras el Papa circulaba en su papa-móvil acristalado, entre cortinas de confeti blanco y amarillo, yo compraba tomates y cebollas. A pocos metros no paraban de repicar las campanas de la Catedral, o de la Basílica… o ambas. La aglomeración en la Plaza de la Virgen y en la de la Reina debía de ser impresionante y agobiante, pero aquí dentro, en el Mercado, podía uno pasear tranquilamente y comprar unos buenos aguacates.
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