Cronicas Habananeras II
(18 de Marzo del 2002)
Salgo de la Fototeca paseando por la Plaza Vieja, hace calor y la plaza aparece casi desierta inundada de sol. Unos pasos más adelante me sorprende un grito: ¡Juan! ¡Vaya! –me sorprendo- ¿cómo es posible?, ¿quién será?. Retrocedo y veo salir de un café a un cubano negro y delgado, con apretada barbita de chivo, es Pupo. Lo conocí en una inauguración hace cuatro días, es un fotógrafo de orígenes tahitianos, parte de su familia es Vudú y lleva tiempo haciendo un trabajo sobre la religión Vudú en Cuba. Entramos en un agradable local forrado de madera con pequeñas mesas redondas, nos sentamos junto a un par de amigos y pido un café, corto, negro, denso. La conversación deriva hacia el racismo, todos ellos están de acuerdo en que existe un fuerte racismo soterrado en Cuba, medio oculto, como tantas otras cosas en la isla.
Hablo con la gente en la calle, en las casas, en los bares y a menudo hablan de política sin tapujos, pero bajando la voz y mirando desconfiados a su alrededor. Están cansados de la escasez, de las restricciones, del transporte, del “barbas”, de la presencia policial, de las trabas burcráticas para cualquier cosa… en fin, de muchas cosas… y de vivir inventando mil maneras de hacer frente a todo esto. Su astucia, su inventiva, no tienen rival, pero su hastío también empieza a colmarse, aún así parece que una vieja y enraizada resignación está por encima de todo esto. Hoy he visto la ración de café que corresponde por persona y mes según la cartilla de racionamiento, no creo que llene una cafetera mediana y así con el arroz, el azúcar, el pan, etc… El sueldo de una doctora es de 300 pesos, un litro de leche vale más de 40 pesos, por poner un ejemplo. Las historias son incontables. El otro día hubo una reunión de vecinos de toda la calle, el gobierno repartía un televisor por cuadra, no lo regalaba, si no que daba el derecho a comprarlo algo más barato, a cómodos plazos de 60 pesos mensuales hasta los 4000 que costaba. Y allí estaban todos discutiendo quien era el que tenía más derecho a tenerlo. En algunas ocasiones estas situaciones llegan a verdaderas disputas donde tiene que intervenir la policía y donde muchos vecinos terminan peleados por muchísimo tiempo.
K y M, mis vecinos y caseros, son fuente inagotable de historias sobre las peculiaridades de esta isla y el carácter de sus habitantes. Algunas son terribles, especialmente las las del Periodo Especial, la gran recesión económica tras la caída de la Unión Soviética… esto explotó como una burbuja, todo llegaba de allí y de la noche a la mañana no había de nada. L me contaba como cazaban gatos en el ISA (la Universidad de Arte) y los freían con los amigos de la escuela, era toda una fiesta cuando conseguían alguno. A pesar de su dureza la mayoría de historias son tremendamente divertidas e increíbles y cuando el que las cuenta es cubano, con esa forma de hablar tan expresiva y peculiar, yo creo morirme de risa.
Numerosos grupos se forman en la calle intentando refugiarse del tórrido sol a la sombra de tupidos banianos o paupérrimos framboyanos, esperan a la guagua interminablemente, o tal vez engrosan las perpetuas colas para comprar un helado. En mis paseos los olores me sorprenden continuamente, por los barrios residenciales puedes oler la vegetación caribeña a intervalos, alternándose con el olor del gasoil de las omnipresentes motos y ciclomotores. En la parte vieja la vegetación disminuye y es sustituida por otros olores menos agradables, basuras sin recoger varios días, alcantarillas mal drenadas, calles sin limpiar… Afortunadamente suele colarse alguna brisa del mar, serpenteando entre las callejuelas, oxigenándolas, trayendo el aroma salado y azul del Atlántico.
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