10.10.07

Crónica de un viaje familiar (2ª parte)

Llegamos a Budapest ya de noche y la primera vista del hotel fue a través de la ventanilla del taxi. A pesar de haberlo visto en algunas fotos en internet, la sorpresa fue mayúscula. Parecía que hubiésemos llegado a Gotham City y en cualquier momento fuese a aparecer el logotipo de Batman brillando en el cielo o incluso el mismísimo hombre murciélago, encaramado en alguna de las torres. El grandísimo hotel de elegante estilo secesionista, según dicen las guías, necesita urgentemente un remozado, tanto por dentro como por fuera, pero aún así (o gracias a ello) tiene un encanto muy especial, la fachada llena de chorretones negros, sucia y desconchada, cobra una teatralidad de película de terror al ser siniestramente iluminada con focos por la noche.

Pero tal vez fue lo que más recordaremos tiempo después, pues el resto fue continuar con las visitas turísticas de rigor, con una estructura curiosamente similar a Praga, Castillo, Catedral, paseos por las calles (magnífica arquitectura), puentes hacia Pest, puentes hacia Buda, ruta gastronómica, más cerveza… Pero en esta ocasión lució un maravilloso sol que hacía un placer cualquier paseo (y no paramos de pasear).

Por las mañanas nos levantábamos prontísimo, antes de las 7 de la mañana, para mi eso es prontísimo, hace mil años que no me levanto tres días seguidos tan pronto. Medio atontado y bastante despeinado me ponía el bañador, me envolvía en el albornoz y me tambaleaba hacia el ascensor que baja directamente al Balneario Gellért, dentro del mismo edificio. Allí me encontraba tarde o temprano a mi madre y a mi hermana, que siempre se me adelantaban. Permanecía en aquel paraíso una hora y media aproximadamente, lo mejor los baños termales, deliciosamente calientes, pero también había que visitar la sauna… Yo creo que nunca había estado en una tan caliente, si respirabas muy fuerte te quemabas la nariz, el vapor era tan denso que no te veías los dedos de los pies y cuando ya no podías más y huías hacia la puerta para escapar del infierno, había que hacerlo con sumo cuidado, pues si te mueves muy deprisa parece que entras en combustión y el aire te quema la piel. Otra genial idea es meterse en el baño a 8 grados, es decir, muy frío, zambullirse un par de veces intentando no gritar demasiado y luego dirigirse, con un traje de hielo que te hace perder dos tallas, al baño de 38 grados, donde uno se sumerge con infinito placer mientras la piel vuelve a distenderse agradecida.

Poco después, tras los baños, nos reencontramos los tres en el desayuno, un delicioso buffet en un salón de techos inalcanzables, inundado por los primeros rayos del sol. Allí tomamos café, bollos, yogurt y fruta, discutiendo los planes del día y viendo el Danubio transcurrir plácidamente a través de los ventanales.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

por dios que continúe esta crónica

Juan Rayos dijo...

Lo siento, pero el viaje tampoco daba para mucho más... esta es la segunda y última crónica.