9.10.07

Crónica de un viaje familiar (1ª parte)

El viaje familiar a Praga y Budapest estuvo plagado de contratiempos y visicitudes, que especialmente se cebaron con mi hermana María. Nada más poner tierra en Praga sucedió la primera "desgracia". Esperábamos entre risas y bromas el equipaje en la cinta transportadora, pero el tiempo pasaba y finalmente la cinta se detuvo, la maleta de mi hermana y mi madre no habían aparecido. Llama a la agencia, pon la reclamación, recuerda toooodo lo que llevabas en la maleta y que tanto estimabas... ¡en fin! un mala manera de comenzar el viaje.

Encima estaba lloviendo y el día fue algo triste, aunque la cerveza local ayudó a levantar un poco los ánimos... incluso demasiado, mi madre, no contenta con perder el equipaje, se dejó el bolso en el restaurante donde cenamos y ya nos tienes a todos volviendo a todo correr al restaurante para recuperar el diminuto bolso, semienterrado bajo un gran grupo de checos que había ocupado nuestro lugar. Nos fuimos a dormir y me entretuve haciendo un cuidadoso inventario de mis cosas, asombrado de conservarlas todas, yo soy el auténtico especialista en perderlo todo.

Afortunadamente las maletas encontraron el camino de vuelta desde Milán a nuestro hotel en Praga y nos las entregaron en recepción al día siguiente. Incluso el sol apareció tímidamente y nos lanzamos sin perder tiempo a la aventura turística, trepando al Castillo, visita obligada de la ciudad. Lo mejor fue la ascensión a la Gran Torre de la Catedral de San Vito, 96 metros de altura, 297 escalones y menos de un metro de anchura. Cuando me asomé pensé que la gente bajaba por otro lado, ¡pero no!, por allí la gente subía y bajaba ¡al mismo tiempo! Los que subíamos íbamos por la parte interior, con un hombro apoyado en el eje de la escalera de caracol y prácticamente girando sobre nosotros mismos arriba y arriba, aquello no terminaba nunca. Al llegar arriba habían colocado muy acertadamente un par de bancos para los que llegasen al borde del colapso. Ahora bien, la vista merecía la pena, la ciudad se extendía ante nuestros ojos, con sus agujas góticas y sus cúpulas barrocas, mientras el Moldava serpentea sinuosamente cruzado por numerosos puentes, especialmente hermoso el Puente Carlos con sus treinta estatuas.

Al día siguiente regresó la insistente lluvia y a media jornada optamos por meternos en un barco para recorrer, cómodamente a cubierto, los márgenes del Moldava. Desgraciadamente la misma idea tuvo un grupo enorme de turistas checos que abarrotó el barco desbaratando el, hasta entonces, tranquilo paseo que nos prometíamos. A su mando iba una horrible mujer de mediana edad que se dedicó a berrear con un micrófono desde el momento que pusieron un pie dentro y hasta que el último de ellos salió de allí, 60 minutos después, sin dar ni un segundo de descanso, parece ser que leía algo de una guía y no había quien la detuviese. Lo peor es que no había huida posible, pues arriba no había techo y no paraba de llover. Menuda pesadilla. Pero lo peor estaba por llegar, al salir del barco, a mi hermana María, seguramente mareada por la travesía y la insoportable verborrea de la guía checa, se le escurrió del bolsillo su nueva cámara de fotos, con tan mala suerte que fue a colarse limpiamente por la única y diminuta rendija que había entre la pasarela y el muelle, yendo a parar en un suspiro al río, desapareciendo de nuestra vista en un santiamén, camino de las profundidades, donde aún debe estar, con las fotos de la mitad del viaje en su interior. ¡imaginaos el disgusto! Hasta dos días después no pudimos bromear al respecto.

A pesar de todo y a pesar de la lluvia, disfrutamos un montón. Fuimos a la Ópera, vimos a la Muerte tocar la campana en el Reloj Astronómico, recorrimos todas las callejuelas del centro buscando restaurantes y nos hinchamos de la deliciosa cerveza Pilsner Urquell.

Mañana cuento la segunda parte del viaje, Budapest, hacia donde nos dirigimos mi madre, mi hermana Catali y yo, tras dejar a Antonio, Maite, María y Esteban en el aeropuerto camino de vuelta a casa.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿enserio? ¿se nos fue la camara al rio? ¿y no te tiraste a por ella? ¡no me lo puedo creer!