28.4.08

Escucha

Escucha. Es la noche que callejea, es la procesión del viento salino, su música lenta por la calle de la Coronación y el callejón de las Conchas. Es la hierba que crece en la colina de Llareggub, la caída de las estrellas y el rocío, el sueño de los pájaros en el Bosque Lácteo.

Escucha. Es la noche en la gélida capilla ovillada que canta himnos con bonete y lleva broches y muselina negra, pajarita y botas lustradas con lazada, que tose como una cabra al relamer caramelos de menta, cabeceando aleluyas. Noche en la cervecería, callada como en una partida de dominó; noche como una rata enguantada en los desvanes de Ocky el Lechero; noche en la panadería de Dai Panecillos, por donde revolotea cual harina negra. Es la noche en la cuesta del Burro trotando sigilosa con algas en los cascos, correteando por los empedrados de conchas, frente a la cortina que atenúa la maceta del helecho, un libro y chucherías de cristal, armonio, hornacida, acuarelas caseras, perrito de porcelana y cajita rosada de té. Es la noche, como un burrillo, en el cuarto de los niños.

Mira. Es la noche abrazándose mayestática y muda a los cerezos de la calle Coronación, atravesando el cementerio de Bethesda, noche en el viento encogido, con guantes, sacudiéndose el rocío y dando tumbos frente a la taberna Blasón de los marinos.

El tiempo pasa. Escucha. El tiempo pasa.


Dylan Thomas
-Bajo el Bosque Lácteo-

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Genial. En Youtube hay algunas lecturas de esta obra por Richard Burton, que interpretaba al narrador en la obra de teatro.

http://www.youtube.com/watch?v=a7N5ODlswiE

Jordi

Anna A. dijo...

Siempre que escucho/leo a D. Thomas me acuerdo de ti. Lo tragiste por primera vez y aqui se ha quedado, presente en una doble imagen.

Espero verte pronto.
Besos.

Anónimo dijo...

LA FRONTERA

Todos vivimos en la frontera, a un paso de la felicidad y a otro del abandono y el desamparo. Somos unos refugiados sin territorio que estamos pendientes de que alguien nos nombre para sentirnos habitantes de algún lugar. Nos vestimos cada día sin saber cuántos grados de soledad seremos capaces de alcanzar, o si, por el contrario, nos sucederán tantas cosas que hasta nuestra chaqueta se sentirá extraña. Y al arribar la noche no sabremos dónde estamos, cuánto nos queda para llegar a la maravilla o al precipicio. Libramos una batalla con nosotros mismos en la que somos reyes y mendigos. Mientras nos ponemos la corona del triunfo o del dinero, nuestro corazón despojado muestra sus harapos. Todos vivimos en la frontera, en la invisible línea que separa palabra y silencio. Hablamos y no hacemos sino callar lo que realmente queremos decir. Guardamos silencio y nos desnudamos de tanto contar. Abrimos una puerta y cerramos un sueño. Tapiamos una ventana y los ojos se queman con el paisaje. Recibimos una carta y el tiempo pasado borra sus letras. Entre lo claro y lo oscuro navega nuestro pensamiento, y arde cuando sólo quedan las cenizas. Toca la verdad pero se ve deslumbrado por la mentira. Su alma es la razón y, sin embargo, a veces delira. Nada es como es y todo es como nunca fue. Así, instalados en esta frontera del desconcierto, transcurrimos. Nuestros labios mueven el aire del beso y una piel se estremece mientras huye. Nuestras manos se tienden sobre un cuerpo y se vuelven sordas. Queremos hacer algo y nos llaman de otra parte. Nos quedamos quietos y giramos veloces empujados por deseos y presencias. Perseguimos lo imposible y pasamos de largo ante lo que nos ofrece su compañía. Afirmamos estar enamorados y nunca medimos el amor por la calma de los días. Decimos «sí», y sólo pensamos en nosotros. Escribimos «no», y entre las dos letras tiembla la duda. Plantamos una rosa y crece sólo la herida hecha por sus espinas. Todos vivimos en la frontera, anudados a la paradoja, sirvientes del dolor en la alegría y de la ignorancia en el saber. Todos vivimos en una lágrima dentro de la felicidad. Todos tenemos lo que perdemos y escuchamos lo que no nos dicen. Todos habitamos aquello de lo que fuimos desterrados. Todos pregonamos unos principios desmentidos luego por nuestros actos. Y al cruzar a la otra orilla nos ahogamos arrastrados por las voces que ya no oímos. ¡Qué delgada frontera abre y cierra nuestra vida!
(De La estación azul, recogido en La rosa inclinada (poesía 1976- 2001), Madrid, Calambur, 2001, pp. 253-254).

Juan Rayos dijo...

Gracias Jordi, muy bueno el link.
Anna, pronto estoy por allí, lo he ido retrasando pero en una o dos semanas voy.
Y gracias también a Anónimo!