Diario de un surfista novato
Dejo la tabla en la arena, muy cerca de la orilla, boca abajo, para que el sol no emblandezca demasiado la cera. Es el momento de los estiramientos, mientras se contempla el mar buscando el mejor lugar por donde entrar y compartir la alegría de los que ya están allí arriba, disfrutando de las olas.
Pero más vale no apresurarse, o te preparas bien o lo pagas más tarde mar adentro. El primer día, a pesar de haber estado estirando, me dio un tirón en el gemelo. Cuando intentaba estirar el músculo en el agua, me dio un segundo tirón en el músculo de la espinilla. Intentaba estirar para aliviar un músculo y se me contraía el otro y viceversa, nada divertido.
Termino de ajustarme el traje y empiezo a entrar en el mar viendo lo que me espera unos metros más adelante, gigantescas olas (para mi) rompiendo furiosamente, levantando montañas de espuma. Según vas avanzando, llega un momento crítico, en el cual vas encima de la tabla, remando con todas tus fuerzas, pero aún no has atravesado esa línea donde rompen absolutamente todas las olas. Unas tras otra van cayendo encima de ti, arrastrándote hacia atrás los pocos metros que has conseguido avanzar. Dependiendo de la mar que haya, esto puede durar unos instantes, aprovechas una pausa entre series, das unas brazadas y ya estás arriba... o puede durar una eternidad. Intentas pasar por debajo de la ola, tratas de hacer la "tortuga" (dándote la vuelta, con la tabla encima ya pretada contra ti), pero sigues sin avanzar casi nada, parece que el mar se calma un poco, remas desesperado para aprovechar el momento, pero delante tuyo empiezan a hincharse las aguas, una ola tremenda empieza a formarse, no está muy lejos, rema, ¡rema! Hay que alcanzarla antes de que rompa y pasar con encima cuando aún es una suave ondulación que te permite seguir avanzando. Pero la ola crece y crece y no llegas, rema, ¡rema!, ya estás casi, levantas la vista y ves una pared de agua de casi dos metros, no vas a llegar. El mar parece sonreir antes de dejar caer encima tuya varias toneladas de agua y sal. Retrocedes todo lo avanzado y un poco más. Salgo a la superficie boqueando, rodeado de espuma, golpeo furioso el mar con el puño y suelto todas las maldiciones que conozco. Hay que comenzar de nuevo.
Pero, tarde o temprano, termino atravesando la fatídica línea y el mar parece calmarse, aunque hay que estar muy atento. Descanso un poco y me dirijo al pico, allí están todos, esperando "la ola", sentados más o menos dispersos, inmóviles sobre sus tablas, pequeños budas de neopreno mecidos por las aguas. El mar reposa ahora tranquilo, inocente, como si la cosa no fuera con él. Pero no le quitamos ojo de encima, en cualquier momento una leve ondulación puede anunciar la llegada de una serie. Allí asoma una, todos toman posiciones, algunos reman hacia un mejor puesto. La primera ola se lleva a los más avezados, la dejo pasar, viéndolos partir a toda velocidad. Lo intento con la segunda, pero no encuentro hueco; cuando llega la tercera y es mi oportunidad, me encuentro con varios surfistas remontando, no me atrevo a intentarlo, es muy probable que no sepa esquivarlos; además, las olas están muy grandes para mi... ¡hay! ¿qué hago aquí? Mejor busco un lugar menos concurrido con olas más modestas. Aún así, con lo que me ha costado llegar... Lo intentaré de nuevo con la siguiente serie.
Un rato más tarde consigo estar bien colocado para una buena ola, la tengo justo detrás mío, creciendo más y más, me tumbo en la tabla y la miro por encima del hombro mientras remo con todas mis fuerzas. Tampoco hacía falta remar demasiado, viene muy fuerte, ya estoy encima de ella, noto como me arrastra, es hora de levantarse sobre la tabla de un salto. Pero cuando me doy cuenta estoy a dos metros de altura y ante mi se abre el vacío. Demasiado tarde, demasiado alto, la ola empieza a romper y mi tabla se inclina hacia delante noventa grados, me voy a clavar sin remedio. La ola se me lleva por delante con todas las fuerzas de los océanos sus espaldas. La tabla sale despedida, empiezo a dar vueltas como un loco y ya no se dónde está arriba y dónde abajo. Me arrastra metros y metros consigo, y no me suelta, parece que no acaba nunca, los pulmones me van a estallar, me invade el pánico por un momento, pero el pánico consume oxígeno y no es la primera vez que me pasa algo así, lo mejor, relajarse, dejarse llevar un poco, tratar de orientarse y buscar la superficie justo antes de que los pulmones estallen. ¡Aire, aire! Finalmente alcanzo la superficie, respiro con fuerza, ya oigo la siguiente ola que se me echa encima...
3 comentarios:
buenos dias !
estupenda descripcion de lo que uno siente en el pico, lo conocemos por experiencia.
que valiente es usted, nosotros nos conformariamos con espumillas de 0,5 metros.
que hay del resto del dia? a que dedica su valioso tiempo en somo?
n&b
me encanto su relato, un buen rato riendo... pero cuentenos alguna heroicidad o milagro : las nuevas aventuras de juan rayos y las latas surferas
tus mentores NYB
Gran relato!! La mayoría de la gente cree que en el surf todo es disfrutar, y lo dice uno que lleva cinco años surfeando con tan poca frecuencia que cada vez que pisa la playa en invierno lo pasa regular. Si a tanta gente nos merece la pena será que esos pocos segundos en la ola son le leche, ¿no creeis?. Ni longboard, ni snowboard.. el surf si que es adrenalina!!
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