28.10.07

Hacia Terra Alta

Me voy unos días a Terra Alta, me han invitado a hacer un trabajo fotográfico sobre la Batalla del Ebro y tengo pensada una ruta alrededor de Gandesa, unos 75 kilómetros a pie por la Serra de Pandols y por los pueblos de Villalba del Arcs, Bot, Fatarella, Corbera d'Ebre... Aunque, hasta que no esté sobre el terreno, no habrá nada definitivo. Cuando regrese contaré como ha ido el paseo...

26.10.07

Un día de frío y lluvia

Este es el quinto capítulo de "mis milagros", ya solo queda el sexto, el primero en orden cronológico y el seguramente el más "milagroso". Pero hoy toca esta quinta historia que sucedió hace poco, en uno de los primeros días del invierno pasado.

Era uno de esos días complicados que insisten en complicarse más y más. Después de comer me fui a Mislata, cerca del aeropuerto, a hacer unas fotos de un hotel, con tan mala suerte que a la vuelta comenzó a llover y a soplar un viento frío que hacía más difícil el estrecho camino de vuelta, lleno de tráfico y salpicado de obras aquí y allá. Me empapaba y me moría de frío, no podía dejar de pensar en los inconvenientes de ir en bici, a pesar de lo cual me merece la pena, lo único sería tener un buen abrigo para el invierno y días lluviosos como aquel, un abrigo de esos técnicos para la montaña y la nieve, con un tejido que no deja pasar ni el agua ni el viento, que te cubren hasta la barbilla y te sientes como en casa dentro de ellos. Claro, que cuestan un dineral, y no era el mejor momento en esos días, en fin, ¡paciencia!.

Más tarde, tras secarme y descansar en casa, me fui a la Feria de Muestras a hacer otras fotos, dejé la bici en la parada de Ángel Guimerá y fui para allá en metro. Estuve trabajando hasta que cerraron y la chica del stand que estaba fotografiando se ofreció a traerme de vuelta. Me dejó en casa, pero al entrar recordé que la bici aún estaba en la parada de metro, así que descargué todas las cosas y, algo cansado, me dirigí a pie hacia allá. A mitad camino se puso a llover de nuevo, no había cogido el paraguas y volví a pensar en un buen abrigo para hacer más soportables días como aquel... Al aproximarme a Ángel Guimerá vi la bicicleta atada donde la había dejado, pero había una especie de trapujo encima, alguien había tirado algo encima como si mi bici fuese una papelera, ¡vaya!, esto ya era el colmo. Cuando llegué cogí aquello un tanto malhumorado, seguro de que estaba sucio y empapado por la lluvia, estaba dispuesto a tirarlo enseguida. Pero me detuve extrañadísimo, según me fijaba mejor un escalofrío recorrió mi espalda. Aquello era una abrigo azul oscuro, de montaña, Timberland, para más señas. Era exactamente en lo que llevaba pensando toda la tarde, no algo parecido, no, sino "exactamente" lo que yo quería. Estaba limpio, casi nuevo y prácticamente seco. Aquello no era posible, miré a mi alrededor por si alguien me estaba gastando una broma o el dueño del abrigo se estaba atando los zapatos cerca de allí... pero nada. Desaté la bici y me fui andando lentamente con el abrigo encima de la bici a ver si alguien lo reclamaba... pero nada. Miré hacia arriba esperando ver un coro de ángeles ascendiendo tras dejarme un presente divino... pero nada. A la vuelta de la esquina seguía mojándome con la lluvia mientras el abrigo colgaba del manillar, aquello no tenía sentido, me detuve y me lo probé. Era mi talla, subí la cremallera y el cuello me protegía hasta la barbilla, me cubrí con la capucha y solo me faltaba un poco de escarcha y el Everest bajo mis pies para parecer un intrépido montañero. Me monté en la bici y regresé a casa sin preocuparme por el mal tiempo.

Historias como esta me recuerdan el día que visité a Mipae Micumba, palero (sacerdote) de Palo Monte, en su cabaña-templo a las afueras de La Habana. Esta es un larga historia que contaré en otro momento, pero en momento dado, cuando me estaba "tirando los caracoles", me dijo que veía una presencia o un espíritu que me protegía, que estaba tras de mi en ese momento y que tenía aspecto árabe. Miré por encima del hombro y no vi nada, pero cuando me pasan cosas como esta me acuerdo de aquel día.

25.10.07

Mis milagros IV

Hace unos años fui a Madrid a hacer unas ampliaciones fotográficas, era la segunda vez que hacía unas copias grandes y, aunque esta vez eran más pequeñas que en el viaje anterior, unos 70x100 cm, eran tres fotos y una buena cantidad de dinero. Estuve allí toda la mañana haciendo pruebas y tirando finalmente las copias tras unas pequeñas correcciones. Después de comer me las enrollaron y las metimos en una caja de cartón alargada de un metro y pico de alta.

Salí todo contento, aún tenía tiempo de hacer una visita al Reina antes de coger el bus de vuelta a Valencia. Bajé al metro y me paré un momento en el pasillo a consultar el plano y buscar la mejor combinación. Estaba en Pueblo Nuevo, así que cogí la línea 5, Quintana, el Carmen, Ventas,Diego de León, Núñez de Balboa, Rubén Darío, Alonso Martínez, Chueca y GranVía, donde bajo y cambio a linea azul, la 1, que me lleva a Sol, Tirso de Molina, Antón Martín y Atocha, mi destino. Se abren las puertas de metro y echo mano de la caja para salir de vagón. ¡Ahhhhh! ¿dónde está la caja? ¡ha desaparecido! Era como si me faltase una mano o algo así, o sea, algo imposible de ocurrir, no me puedo dejar la mano o la cabeza olvidada por ahí (bueno...), pues tampoco podía dejarme la caja con las fotos, el motivo de mi viaje, la culminación de meses de trabajo. En ningún momento pensé que me la habían robado, no, no, estaba seguro de que me la había dejado en algún sitio, pero ni idea de donde...

Salí del vagón al borde de la taquicardia y vi a un par de guardias de seguridad. Intenté explicarles lo que me había pasado, me pidieron una descripción de la caja, yo les dije: una caja delgada, marrón, alta casi hasta pecho, sin ninguna indicación exterior... me preguntaron dónde la había dejado, ¡ni idea! contesté, me miraban asombrados, le expliqué el recorrido y ellos llamaron por sus walki-talkie, al tiempo que me daban pocas esperanzas de encontrar algo así. Yo estaba desesperado, me despedí de ellos y salí corriendo para coger el metro en dirección contraria, lo único que se me ocurría era deshacer el camino a ver si me acordaba de algo o me encontraba la caja.

Salí de Atocha dirección Antón Martín, Tirso de Molina, Sol... según pasaban las estaciones intentaba relajarme y hacer memoria... mientras me daba de cabezazos contra la ventanilla. Al final recordé, al bajar al metro y consultar el plano, debí de apoyarme en la caja, como si fuese una mesilla alta y diminuta, una vez decidida la ruta continué andando, dejando atrás la caja-mesita. Salí corriendo en Gran Vía, cambié a la verde, Chueca, Alonso Martínez, Rubén Darío, Núñez de Balboa, Diego de León, Ventas, el Carmen, Quintana... ¿Cuánto tiempo habría pasado? veinte minutos o más de ida, y otros tantos de vuelta, y la conversación con los de seguridad, tal vez cerca de una hora, imposible que continuase en el mismo lugar. Pero tal vez alguien la ha cogido, una vez fuera la ha abierto y al no ver nada de valor (seguramente no apreciaría mi trabajo) la habría tirado cerca de la salida, tendría que buscar por los alrededores.

Además, por muy mal que pintase, todo podía aún solucionarse, cosas más raras me habían pasado, no sabía como, pero aún pensaba en poder recuperar la caja. Bajé apresuradamente en Pueblo Nuevo, miraba en todas direcciones, podía estar en cualquier parte, pero si mi teoría era correcta la habría dejado arriba, en el pasillo de entrada que distribuye el tráfico hacia la línea 7 o la 5. Me abrí paso entre la gente y corrí escaleras arriba, al asomarme al pasillo no pude creer lo que veía, era casi irreal, allí estaba la caja, en medio del pasillo, de pie, erguida como un monolito, impertérrita. Fui como flotando hasta ella y la abracé emocionado. Estaba intacta, la había recuperado.

23.10.07

Si Mahoma no va a la montaña...


Fogonazos es uno de los blogs que visito frecuentemente, fuente inagotable de asombros y sorpresas. Ayer vi una entrada sobre traslado de edificios sin desmontarlos, se levantan tal cual y se llevan a donde se desea, desde unos pocos metros, hasta varios kilómetros, desde 900 toneladas de ladrillos de un hospital, a una, supongo bastante más ligera, Iglesia Luterana de madera. Esta última se estaba quedando sin feligreses, al estar algo apartada, y decidieron acercarla a los fieles. El vídeo es sencillamente genial.

19.10.07

Encontrar las gafas, en una plaza de toros, en mitad de un concierto de Rage Against The Machine

El anterior capítulo me recordó la historia que ahora cuento en este capítulo 3 de "mis milagros". Corría el año 2000 y nos fuimos Madrid a ver a Rage Against the Machine, el concierto era en la Plaza de Toros de Leganés. Primero salieron a escena los teloneros, Asian Dub Fundation, la plaza se iba llenando y nosotros tomamos posiciones a pocos metros del escenario. Todo fue bien hasta que salieron los RATM, la gente se volvió loca con el primer tema y todos empezamos a saltar y brincar coreando los temas como salvajes, pateábamos el suelo de arena de la plaza levantando una nube de polvo, con los brazos en alto girábamos sobre nosotros mismos y nos empujábamos los unos a los otros, sintiendo la marea humana oscilar adelante y atrás, a izquierda y derecha...

Normalmente en estos casos tengo la precaución de guardarme las gafas en una funda o en un bolsillo, pero no recuerdo muy bien que pasó, si se me olvidó o la locura empezó de manera tan súbita que no tuve tiempo de reaccionar... el caso es que a las primeras de cambio las gafas salieron volando y desaparecieron sepultadas por el maremágnum enloquecido. Empecé a empujar a la gente, agachándome y mirando por el suelo, no se como pero algunos a mi alrededor entendieron que no participaba en la algarabía general, si no que mis empujones eran porque algo se me había caído. Al poco se organizó un pequeño corro de almas caritativas buscando mis gafas, supongo que debió coincidir con el fin de uno de los temas o alguna pausa similar. Claro que, aunque el concierto se hubiera detenido del todo, todas las luces se hubieran encendido y todos nos dedicásemos a buscarlas, encontrar unas gafas, de fino metal de un color exactamente igual a la arena que cubría el coso taurino, no era tarea fácil.

Aún así, sorprendentemente rápido, uno de los asistentes me trajo los restos de mis gafas. En mis manos, acercándolas a mis ojos miopes, me encontré con la montura semiretorcida, sin cristales y sin una de las patillas... R.I.P. La multitud empezó a prestar de nuevo atención a la música y el corro pronto se diluyó en el jolgorio colectivo... Pero, mientras intentaba recuperarme del terrible acontecimiento, apareció otro personaje que me traía algo más, ¡se trataba de la patilla que faltaba! Estamos hablando de una patilla metálica, color beis, de uno o dos milímetros de grosor. Cómo la encontró, de noche, pisoteada y semienterrada, mientras los RATM seguían con su concierto, es un misterio aún más grande que lo de la lentilla en la discoteca que contaba el otro día.

En cualquier caso me resultó difícil disfrutar el concierto con el disgusto. Al lunes siguiente, ya de vuelta en Valencia, fui a la óptica con los restos de las gafas rescatados del desastre, allí terminamos de enderezarlos, encargué unos cristales nuevos y días después los engarzamos en la montura, algo pelada y estropiciada, pero que aguantó una buena temporada hasta que pude comprarme unas nuevas.

17.10.07

Encontrar una lentilla en una discoteca

Esta segunda historia también es de hace bastantes años, cuando aún vivía en Alicante. Era verano y estaba trabajando en unas fotos para un concurso de una marca de whisky. No recuerdo muy bien cual era la idea, pero el caso es que estaba con una amiga, que hacía de modelo, en una discoteca de la playa de San Juan. Llevaba mi cámara Polaroid y quería conseguir alguna imagen de ella entre la multitud de un club, creo que con la intención de manipular posteriormente la polaroid.

Llevábamos un rato arriba y abajo y nos dirigimos a la pista de baile. Hacía mucho calor y el ambiente estaba muy cargado, yo entonces llevaba lentillas, y empecé a notar que los ojos se me secaban y las lentillas me molestaban. En el momento menos pensado, tratando de mirar por el visor de la cámara, la lentilla se arrugó en el ojo, dio un salto mortal y se fue vete tu a saber dónde. ¡Momento de pánico!, sin la lentilla no veía casi nada y no podía continuar haciendo fotos, por no hablar de lo que costaban por aquel entonces unas lentillas nuevas. Nos pusimos a buscarla a gatas en la oscuridad de la pista de baile con todo el gentío bailando por aquí y por allá. No se muy bien que buscábamos, la posibilidad de encontrar una lentilla transparente allí era más que remota. Una vez se me cayó una en el baño de casa y estuve diez minutos buscándola sin resultado, tuvo que venir toda la familia y aún pasó un buen rato hasta que una de mis hermanas la descubriese pegada a uno de los azulejos de la pared. Pero en una discoteca...

Aún así allí estábamos los dos, tanteando la negritud de la pista, como topos medio ciegos, rodeados de gente que ni se había dado cuenta de lo que pasaba. Excepto uno, que estaba allí con una copa en la mano, sin bailar y que debía haberse dado cuenta de la situación. Nos estuvo observando y en un momento dado dijo, sin perturbarse ni inclinarse lo más mínimo, ¿es eso lo que buscáis?, y yo seguí su dedo acusador, con mi ojo sano, hasta detener la mirada cerca de sus pies, donde estaba la lentilla, boca abajo y aparentemente intacta. La recogí sin dar crédito, me fui al baño, la limpié con la solución salina que llevaba en el estuche y me la volvía a poner. Algo no demasiado higiénico, lo sé, pero la necesitaba para seguir trabajando.

Cómo pudo verla sin poner la nariz en el suelo y sobre todo, cómo pudo sobrevivir la lentilla sin que ninguno de nosotros la pisásemos, sigue siendo todo un misterio.

16.10.07

Mis milagros

El título del post es bastante... ambiguo y tal un poco... exagerado, pero tiene fuerza, tiene... "gancho". Aclarar que con "mis" milagros, no me refiero a milagros hechos por mi, si no milagros que me suceden a mi. Y aclarar que "milagros" es una palabra que se queda grande para la mayoría de los pequeños relatos y sucesos que iré contando, más bien la cosa se podría clasificar como de "tremenda suerte" o "increíble cadena de fortunas varias", pero por lo menos en uno de los casos se roza sin lugar a dudas la categoría de "milagro" (lo dejo para el último post), y ello es suficiente para lanzarme a darle este nombre a la serie de historias que iré recordando en distintos posts los próximos días.

Muchos de vosotros ya conocéis a algunas de estas historias, los más cercanos incluso todas, algunas contadas en más de una ocasión, pero creo que puede ser divertido rememorarlas de nuevo y ponerlas todas juntas. Me saltaré algunas de las más insignificantes, como la cartera que me dejé encima de un teléfono público y que continuaba allí cuando corrí de vuelta al echarla en falta, o aquello que ya os conté de conseguir un dni y un pasaporte nuevos estando en Barajas con mi dni caducado y a una hora y pico de que saliese el vuelo para Polonia, o como recuperé la bicicleta cuando perseguía al ladrón que iba montado sobre ella y este se cayó aparatosamente, escapando a todo correr y dejando la bici de nuevo en mis manos.

Lo cierto es que muchas de estas cosas que me han pasado han sido causadas por mi increíble despiste, por el tremendo desastre que estoy hecho. Quizás lo milagroso sea más bien el reunir tal cantidad de situaciones rocambolescas.

Empezaremos por el susto más grande que creo haberme causado a mi mismo nunca. De esto hace ya bastantes años, había reunido algo de dinero y me fuí a Indonesia de viaje, un par de meses en verano. Quería hacer fotos del Hinduísmo balinés, un Hinduismo muy particular, con bastantes diferencias con respecto al Indio, y que solo se practica en la isla de Bali, el resto del archipiélago indonesio es mayoritariamente musulmán. El caso es que ya llevaba un mes por la isla cuando me asomé al borde del cráter del volcán Gunung Batur a unos 1800 metros, una gigantesta caldera dentro de la cual está el cono volcánico del Gunung Batur y el hermoso lago Batur hacia el cual me dirigía. Tenía el estómago lleno de la deliciosa comida que me habían servido en una especie de restaurante (más bien un puesto de comida con algunas mesas y sillas) atestado de lugareños y prácticamente excavado a bocados en la roca de la montaña y contemplaba maravillado el paisaje, montado en la bicicleta que había comprado al comienzo de mi viaje.

La carretera descendía zigzagueando por el borde cráter con una inclinación que ponía los pelos de punta, iba con los frenos apretados al máximo y la bicicleta continuaba descendiendo como si tal cosa. No quería ni pensar en el retorno, por ese mismo camino, pero cuesta arriba, pero bueno... no había ninguna prisa, me lo tomaría con calma, además, tampoco llevaba mucho peso... ¡¡¡ALTO!!!! ¿cómo que no llevaba mucho peso? ¿y dónde estaba la mochila atiborrada de objetivos, cámara fotográfica y carretes de la que no me separaba ni cuando iba al baño? El equipaje lo había dejado en el Losmen (la casa de huéspedes), pero la mochila con el equipo y las cosas imprescindibles la llevaba siempre conmigo. Pero en ese momento giraba mi cabeza y no llevaba absolutamente nada a mi espalda... ¡me la había dejado olvidada arriba! ¿cómo era posible?

Creo que batí todos los récords de ascensión del cráter, el corazón me salía por la boca, ¡aquello no podía estar pasando! Por fin conseguí llegar arriba y pedaleé como un loco hacia donde había comido. Al entrar, desencajado, rojo y sudoroso, supongo que atraje bastante la atención, seguramente ya la habría atraído antes, como siempre que aparecía un extranjero por un lugar que no era estrictamente turístico. Busqué desesperado mi mochila, estaba seguro de que ya no estaría allí y no sabía cómo me iba a hacer entender con la gente para preguntarles por ella. Pero me equivocaba, allí estaba aún la mochila, olvidada en un rincón, gorda casi a reventar de carretes. Me abalancé sobre ella y salí de allí rápidamente, sonriendo y gesticulando estúpidamente que aquella era mi mochila y había vuelto por ella.

Tardé un buen rato en regresar al puesto de comida, aún no entiendo cómo es posible que continuase allí intacta. Aquello no era precisamente un local con una puerta, unos camareros y un encargado... Supongo que, tal y como me demostraron a lo largo de todo mi viaje, los balineses son muy buena gente... Eso y un poco de buena suerte...

11.10.07

Blu es un genio


Y no es una exageración, su trabajo me deja completamente apabullado, por sus dimensiones, por su prodigalidad, por su imaginación, por su calidad, todo en él es excesivo. ¿Cómo demonios pinta esos murales gigantes? creo que alguna vez monta andamios o trabaja con una grúa, pero normalmente trabaja con rodillos a los que aplica extensiones, un tubo tras otro para llegar más alto, ¡pero él está pegado a la pared! ¿cómo demonios consigue dibujar así?

Francamente, parece expandir los horizontes del graffiti e ir más allá. Ahora se dedica a viaja por todo el mundo pintando sus murales, en Berlín me encontré con varios de ellos, muy recientes, uno de ellos lo estaba realizando en ese momento, antes de volverme ya lo había terminado y era habitual encontrarse gente haciendo fotos desde el puente.

Tiene una web con el formato de un sketch-book y un blog bastante reciente donde va relatando sus últimas obras. Los dos de visita obligada. También son dignos de ver sus vídeo-animaciones, dibujando y borrando sobre la pared.



10.10.07

Crónica de un viaje familiar (2ª parte)

Llegamos a Budapest ya de noche y la primera vista del hotel fue a través de la ventanilla del taxi. A pesar de haberlo visto en algunas fotos en internet, la sorpresa fue mayúscula. Parecía que hubiésemos llegado a Gotham City y en cualquier momento fuese a aparecer el logotipo de Batman brillando en el cielo o incluso el mismísimo hombre murciélago, encaramado en alguna de las torres. El grandísimo hotel de elegante estilo secesionista, según dicen las guías, necesita urgentemente un remozado, tanto por dentro como por fuera, pero aún así (o gracias a ello) tiene un encanto muy especial, la fachada llena de chorretones negros, sucia y desconchada, cobra una teatralidad de película de terror al ser siniestramente iluminada con focos por la noche.

Pero tal vez fue lo que más recordaremos tiempo después, pues el resto fue continuar con las visitas turísticas de rigor, con una estructura curiosamente similar a Praga, Castillo, Catedral, paseos por las calles (magnífica arquitectura), puentes hacia Pest, puentes hacia Buda, ruta gastronómica, más cerveza… Pero en esta ocasión lució un maravilloso sol que hacía un placer cualquier paseo (y no paramos de pasear).

Por las mañanas nos levantábamos prontísimo, antes de las 7 de la mañana, para mi eso es prontísimo, hace mil años que no me levanto tres días seguidos tan pronto. Medio atontado y bastante despeinado me ponía el bañador, me envolvía en el albornoz y me tambaleaba hacia el ascensor que baja directamente al Balneario Gellért, dentro del mismo edificio. Allí me encontraba tarde o temprano a mi madre y a mi hermana, que siempre se me adelantaban. Permanecía en aquel paraíso una hora y media aproximadamente, lo mejor los baños termales, deliciosamente calientes, pero también había que visitar la sauna… Yo creo que nunca había estado en una tan caliente, si respirabas muy fuerte te quemabas la nariz, el vapor era tan denso que no te veías los dedos de los pies y cuando ya no podías más y huías hacia la puerta para escapar del infierno, había que hacerlo con sumo cuidado, pues si te mueves muy deprisa parece que entras en combustión y el aire te quema la piel. Otra genial idea es meterse en el baño a 8 grados, es decir, muy frío, zambullirse un par de veces intentando no gritar demasiado y luego dirigirse, con un traje de hielo que te hace perder dos tallas, al baño de 38 grados, donde uno se sumerge con infinito placer mientras la piel vuelve a distenderse agradecida.

Poco después, tras los baños, nos reencontramos los tres en el desayuno, un delicioso buffet en un salón de techos inalcanzables, inundado por los primeros rayos del sol. Allí tomamos café, bollos, yogurt y fruta, discutiendo los planes del día y viendo el Danubio transcurrir plácidamente a través de los ventanales.

9.10.07

Crónica de un viaje familiar (1ª parte)

El viaje familiar a Praga y Budapest estuvo plagado de contratiempos y visicitudes, que especialmente se cebaron con mi hermana María. Nada más poner tierra en Praga sucedió la primera "desgracia". Esperábamos entre risas y bromas el equipaje en la cinta transportadora, pero el tiempo pasaba y finalmente la cinta se detuvo, la maleta de mi hermana y mi madre no habían aparecido. Llama a la agencia, pon la reclamación, recuerda toooodo lo que llevabas en la maleta y que tanto estimabas... ¡en fin! un mala manera de comenzar el viaje.

Encima estaba lloviendo y el día fue algo triste, aunque la cerveza local ayudó a levantar un poco los ánimos... incluso demasiado, mi madre, no contenta con perder el equipaje, se dejó el bolso en el restaurante donde cenamos y ya nos tienes a todos volviendo a todo correr al restaurante para recuperar el diminuto bolso, semienterrado bajo un gran grupo de checos que había ocupado nuestro lugar. Nos fuimos a dormir y me entretuve haciendo un cuidadoso inventario de mis cosas, asombrado de conservarlas todas, yo soy el auténtico especialista en perderlo todo.

Afortunadamente las maletas encontraron el camino de vuelta desde Milán a nuestro hotel en Praga y nos las entregaron en recepción al día siguiente. Incluso el sol apareció tímidamente y nos lanzamos sin perder tiempo a la aventura turística, trepando al Castillo, visita obligada de la ciudad. Lo mejor fue la ascensión a la Gran Torre de la Catedral de San Vito, 96 metros de altura, 297 escalones y menos de un metro de anchura. Cuando me asomé pensé que la gente bajaba por otro lado, ¡pero no!, por allí la gente subía y bajaba ¡al mismo tiempo! Los que subíamos íbamos por la parte interior, con un hombro apoyado en el eje de la escalera de caracol y prácticamente girando sobre nosotros mismos arriba y arriba, aquello no terminaba nunca. Al llegar arriba habían colocado muy acertadamente un par de bancos para los que llegasen al borde del colapso. Ahora bien, la vista merecía la pena, la ciudad se extendía ante nuestros ojos, con sus agujas góticas y sus cúpulas barrocas, mientras el Moldava serpentea sinuosamente cruzado por numerosos puentes, especialmente hermoso el Puente Carlos con sus treinta estatuas.

Al día siguiente regresó la insistente lluvia y a media jornada optamos por meternos en un barco para recorrer, cómodamente a cubierto, los márgenes del Moldava. Desgraciadamente la misma idea tuvo un grupo enorme de turistas checos que abarrotó el barco desbaratando el, hasta entonces, tranquilo paseo que nos prometíamos. A su mando iba una horrible mujer de mediana edad que se dedicó a berrear con un micrófono desde el momento que pusieron un pie dentro y hasta que el último de ellos salió de allí, 60 minutos después, sin dar ni un segundo de descanso, parece ser que leía algo de una guía y no había quien la detuviese. Lo peor es que no había huida posible, pues arriba no había techo y no paraba de llover. Menuda pesadilla. Pero lo peor estaba por llegar, al salir del barco, a mi hermana María, seguramente mareada por la travesía y la insoportable verborrea de la guía checa, se le escurrió del bolsillo su nueva cámara de fotos, con tan mala suerte que fue a colarse limpiamente por la única y diminuta rendija que había entre la pasarela y el muelle, yendo a parar en un suspiro al río, desapareciendo de nuestra vista en un santiamén, camino de las profundidades, donde aún debe estar, con las fotos de la mitad del viaje en su interior. ¡imaginaos el disgusto! Hasta dos días después no pudimos bromear al respecto.

A pesar de todo y a pesar de la lluvia, disfrutamos un montón. Fuimos a la Ópera, vimos a la Muerte tocar la campana en el Reloj Astronómico, recorrimos todas las callejuelas del centro buscando restaurantes y nos hinchamos de la deliciosa cerveza Pilsner Urquell.

Mañana cuento la segunda parte del viaje, Budapest, hacia donde nos dirigimos mi madre, mi hermana Catali y yo, tras dejar a Antonio, Maite, María y Esteban en el aeropuerto camino de vuelta a casa.

7.10.07

Sesión en el Octubre


El pasado viernes estuve realizando la sesión de visuales en el Octubre, creo que salió bastante bien para lo atípico de la situación. Opté por una selección de vídeos de archive.org que remezclé de forma casi "desnuda", es decir, prácticamente sin efectos ni texturas, jugando tan solo con la selección de imágenes, su tratamiento plástico y la sincronización con la música.

Una sesión bien distinta a la que envié por ejemplo al colectivo ZEMOS98 de Córdoba que el mes pasado presentó el proyecto Repeat Please:Cultura VJ en el que se mostraba a través de instalaciones de vídeo, actuaciones en directo y un catálogo, la escena vj actual. Me invitaron a participar en la exposición audiovisual que recorría el trabajo de distintos vjs del panorama nacional. La semana que viene colgaré el vídeo en el blog, básicamente una demoreel con fragmentos de un directo. De la sesión del viernes no hay vídeo debido a algunos problemas técnicos (ejem...!), afortunadamente por ahí estaba mi hermano tomando algunas fotos como la que he puesto arriba.

4.10.07

Una apretada agenda


Estos días se acumulan los acontecimientos y uno no da a basto para todo. Varios amigos exponen o inauguran estos días en Valencia. La semana pasada estaba de viaje y no pude ir a la inauguración de Chema López, estará un tiempo en el Palacio de Valeriola, aunque este nuevo museo cobra normalmente por entrar... Hoy ha inaugurado Marta Soul en Visor y mañana es el turno de Sergio Belinchón en Tomas March, a las 20.00 h. Las tres son exposiciones especialmente recomendables para visitar.

Además esta tarde hemos disfrutado del concierto de Merzbow en Octubre (la foto de abajo es de su extraño "instrumento" a lo mad-max), y el viernes me toca a mi dentro del Cicle SoN1V1S1o.